El Entrefútbol, en dónde la practica no lleva a la perfección

sábado, 23 de enero de 2010

Sueños de campeones


¿Recordáis? Seguro que este video os ha traido muchos recuerdos a la mayoría de vosotros. Tras él me veo en la gustosa obligación de comentar el formidable artículo de nuestro camarada Mateo. Comparto vuestros elogios hacia este alumno aventajado de Bill Simmons. Su ingeniosa y brillante exposición merece capítulo aparte. He disfrutado leyendo su opinión sobre la teoría de las compatibilidades futbolísticas que, añado yo, podría ser materia para una asignatura de la carrera de Periodismo e incluso aplicable a un módulo de un Máster. Por pedir que no quede. Pero vayamos al asunto de debate: la compatibilidad o incompatibilidad de simpatizar con dos equipos al mismo tiempo. Ser hincha de un equipo es un derecho fundamental, lo sé. Sentir unos colores implica muchas cosas, lo reconozco. Tantas que al final se establece una alianza con tus colores más fuerte que el compromiso que rige muchas relaciones de pareja. Nuevas experiencias se pueden vivir con muchas personas; grandes emociones, con muy pocas. Llegados a este punto optaré por retomar el asunto de debate y no me meteré en el espinoso jardín de las relaciones de pareja para no encontrarme hortalizas al vuelo durante mi sesuda reflexión. El garito no se hace cargo de las consecuencias que puede acarrear un uso inapropiado de su barra libre.

Mi primer recuerdo futbolístico es un tanto curioso. Me remonto al año 1992. Final de la Liga de Campeones en Wembley. Yo tenía 8 años y recuerdo una tarde de jueves, sentado en el sofá del salón de mi casa, después de hacer los deberes, en la que ví por televisión la repetición de un partido de fútbol que se había jugado la noche anterior. Al parecer había sido la monda pero yo apenas entendía el revuelo generado por unos hombres vestidos de corto a los que asociaba con los personajes de mis dibujos animados preferidos "Oliver y Benji", la serie de animación que marcó la infancia de toda una generación de españolitos. Mientras unos desconocidos se disputaban a cara o cruz un torneo del que no sabía ni el nombre (santa inocencia) mis padres fueron las víctimas de un despiadado interrogatorio a cargo de un mocoso que soñaba día y noche con Oliver Aton, mi primer ídolo. ¿Por qué van a abrazar los de naranja todos al rubio (Ronald Koeman)? ¿Y por qué llora ese calvo (el jugador de la Sampdoria Lombardo)? ¿Y qué pasa después del gol de los de naranja? Estas preguntas iban acompañadas de expresiones como "¡bah! A Benji (el portero que protagoniza los citados dibujos) seguro que no le meterían ningún gol", "si jugase Oliver nadie le quitaría el balón" o "que se fastidien los de azul porque Mark Lenders es tonto". Así viví uno de los mayores éxitos de la historia del Barcelona, su primera Copa de Europa. A partir de ese momento empecé a sentirme fascinado con ese equipo que jugaba como el New Team, mi equipo de dibujos animados.



Creo recordar que ese mismo mes de mayo fui con mi padre a ver mi primer partido de fútbol. Era un Sporting-Sevilla en El Molinón y al pobre hombre le tocó aguantar con resignación espartana el chaparrón de mis particulares apreciaciones. Supongo que en un intento por eludirme, él trataba de seguir el partido aunque tampoco es un devoto del fútbol, para qué nos vamos a engañar. Pero apenas le dí opción en los 90 minutos. Pregunta va, pregunta viene con constantes referencias a los dichosos dibujos animados. Os imaginaréis en qué consistieron mis castigos durante aquellos maravillosos años. No sé si fue a raíz de mi pesadez durante ese partido, pero mis padres me castigaron sin ver "Oliver y Benji" hasta el verano, ya con las notas encima de la mesa. Mi inmensa fortuna es que mi abuela siempre se encargaba de mediar para levantarme la sanción. Fijaros bien mi grado de obsesión con la dichosa serie que no me cortaba en predicar a los cuatro vientos que mi novia era Patty, la fan número uno de Oliver. "Que sí, de verdad, os juro que es mi novia, salimos juntos a jugar a fútbol todos los días. Ella me viene a ver y grita cuando meto gol", decía con un descaro insultante al primero que se cruzaba en mi camino. La familia alucinaba conmigo. Sí, fuí un buen trasto.

Con el paso de los años fui sentando cabeza (espero). Valoré más el fútbol de verdad, el de los domingos por la tarde. El Real Madrid era el club más laureado al principio de la década de los noventa y más de un amigo de mi padre intentó inculcarme los valores del madridismo. Pero sus intentos no fructificaron. Toda mi pasión recayó en el Barça a pesar de que no acumulaba tantos títulos. Me hechizó su trayectoria y su forma de entender el juego de meter el balón entre los tres palos. Al Madrid, sin embargo, lo asociaba con el Tohu, el equipo de Mark Lenders, el gran rival de Oliver Aton. Yo ya estaba casado con el Barça. Gozaba con sus victorias y sufría con sus derrotas, en la salud y en la enfermedad, así y siempre por todos los días de mi vida, llegando a llorar desconsoladamente cuando perdió 5-0 en el Santiago Bernabéu y El Sardinero en la Liga 1994-95. Después de ver triunfar al Barça ganando 4 Ligas consecutivas al más puro estilo del New Team, no entendía cómo se apagaba la estrella del genial bloque que había formado Johan Cruyff, el artífice de la edad dorada del Barça, al que relacionaba con Roberto Cedinho, el valedor de Oliver Aton. A partir del auge y caida del proyecto de Cruyff comencé a volcarme con el fútbol que practicaba el Barça. Romario, Stoichkov, Kodro, Guardiola, Figo y Ronaldo pasaron a a ser mis referencias. Cuando podía lo veía por televisión, pero generalmente tenía que seguir los partidos por la radio. Daba igual. El caso es que sentía una emoción similar en cualquier caso. Había germinado un sentimiento a prueba de alegrías y decepciones, que no ha desaparecido hasta el momento actual, en el que mi querido Barça es el rey del fútbol mundial. Ha habido que padecer muchos sufrimientos hasta llegar a este punto, pero la espera ha merecido la pena. El New Team de mis sueños ya es una realidad y Aton ha derrotado a Lenders.

Pero no me olvido del Sporting de Gijón. Por supuesto que siento los colores del equipo de mi tierra que ya es, por categoría, el primer equipo de Asturias. En el caso de que se enfrente al Barcelona, apuesto por el empate. Es imposible que me decante más por unos que por otros aunque la cabeza y el corazón entren en disputa. El Sporting me grabó a flor de piel unos valores de esfuerzo, lucha, valor, trabajo y coraje fraguados en la meritoria labor que realizan los técnicos y responsables de la Escuela de Fútbol de Mareo, una de las mejores canteras del fútbol español. Así pude disfrutar con los andanzas de Abelardo, Juanele, Manjarín, Luis Enrique, Ablanedo, David Villa y Pablo Álvarez, entre otros. Desde aquella accidentada primera vez, muchas fueron las noches de fútbol de élite que disfruté desde las gradas del viejo Molinón. Y el desastre que llevó al equipo a las catacumbas de la segunda divisón del fútbol español encendió más la llama de mi pasión hacia el Sporting. Menuda travesía del desierto que tuvimos que vivir en Gijón...Os prometo que algún día escribiré sobre cómo fue la década más negra de la historia de un club señero del fútbol español. Entre problemas judiciales, líos económicos y desastres deportivos fueron diez años de agonía permanente. Aún así, los sportinguistas tuvimos nuestros momentos de gloria cuando veíamos que el equipo se acercaba mínimamente a los puestos de ascenso. Luego la expectación se desvanecía al ver que el equipo no se mantenía en los puestos altos de la tabla. Esa rabia acumulada explotó el 15 de junio de 2008 cuando el equipo volvió a Primera. Fue una de las tardes más emocionantes de mi vida. Jamás la olvidaré. Desde aquel domingo irrepetible llevo grabadas a fuego en la memoria de mi pensamiento las palabras que el gran Pepe Domingo Castaño dedicó a la afición después del ascenso frustrado de la temporada 2003-04: "Volverá El Molinón a ser un templo donde el fútbol camine hacia Primera; volverán más de 20.000 almas a vestir de corto su sentimiento...El hermoso ejemplo de una afición que es capaz de caer y levantarse; y de venir aquí, a repetir, que ser sportinguista ye mucho y que Gijón es la patria querida del fútbol de Primera". Gracias Pepe. Gracias Preciado. Gracias Sporting. ¡Puxa Asturies!

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