No hablo del Madrid, sino de mí. Vale, he de reconocer que seré un llorón, un victimista o un derrotista como algunos me llamaron ayer, pero nunca me alegré tanto de que mi equipo me dejara en evidencia. Pero ayer aprendí una cosa: como me dijo cierto día un sabio de la vida "nunca escribas o hables de lo que no sabes ni entiendas", y comprendí que nunca podré entender lo que los madridistas sienten al acudir a San Mamés porque no estoy en ese bando, esas sensaciones las desconoceré siempre, y aunque el Athletic también tenga sus campos malditos donde la presión y los insultos (la estrategia de San Mamés ayer con el Madrid, las formas quizás pudieran suavizarse) son abundantes, nada será comparable con lo que los merengues viven siempre en Pamplona, Bilbao o Riazor, curiosamente tres salidas consecutivas para los de Pellegrini. Solo puedo concluir que mi equipo me confunde, aunque últimamente para bien.
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