Se le acusa de chulo. Se le tacha de prepotente. Se le señala como un mal compañero. Pero... realmente Cristiano Ronaldo, no es más que un niño grande.
El pasado sábado saltó al campo del Bernabéu ilusionado. Esta vez sí. Hoy podría jugar más de 60 minutos y demostrar que atrás quedaba la lesión en su ya famoso tobillo. Frente al Almería tocaba marcar, pero especialmente tocaba hacerlo ante su público, en casa. Lo intentó de mil maneras posibles, asistió a sus compañeros en numerosas ocasiones y marcaron. Pero él no lograba hacer lo propio. En un penalti -no entraré a debatir su justicia o injusticia- provocado por él, vio la ocasión soñada. Era el momento....pero, falló. Y ese error provocó un estallido de rabia en su fuero interno sacando a ese rebelde -sin causa- que lleva dentro. No era momento para celebraciones. Al menos él, no tenía nada que celebrar. Finalmente logró el anhelado tanto. Y decidió celebrarlo como lo hacía en el patio del colegio cuando jugaba una pachanga con los compañeros entre clase y clase. Olvidó que no estaba en la escuela, sino en el Bernabéu, que no eran los de A contra los de B, sino dos equipos de una Liga de Fútbol Profesional y fue penalizado por quitarse la camiseta y mostar sus 3.000 abdominales diarias al mundo. No obstante, volvía a sonreír. Pero su rebelde -sin causa- había salido a la superficie y no quería esconder la cabeza. El problema de mostrar los sentimientos haciendo gala de un exceso de naturalidad, el error de no saber frenar la abundancia de pulsaciones a tiempo y borrar de una patada a la razón es que al final se vuelve en contra de uno. Así le ocurrió. Un golpe en forma de pique por parte del adversario y una patada con una nueva tarjeta como premio para el niño portugués y, expulsión.
El pasado sábado saltó al campo del Bernabéu ilusionado. Esta vez sí. Hoy podría jugar más de 60 minutos y demostrar que atrás quedaba la lesión en su ya famoso tobillo. Frente al Almería tocaba marcar, pero especialmente tocaba hacerlo ante su público, en casa. Lo intentó de mil maneras posibles, asistió a sus compañeros en numerosas ocasiones y marcaron. Pero él no lograba hacer lo propio. En un penalti -no entraré a debatir su justicia o injusticia- provocado por él, vio la ocasión soñada. Era el momento....pero, falló. Y ese error provocó un estallido de rabia en su fuero interno sacando a ese rebelde -sin causa- que lleva dentro. No era momento para celebraciones. Al menos él, no tenía nada que celebrar. Finalmente logró el anhelado tanto. Y decidió celebrarlo como lo hacía en el patio del colegio cuando jugaba una pachanga con los compañeros entre clase y clase. Olvidó que no estaba en la escuela, sino en el Bernabéu, que no eran los de A contra los de B, sino dos equipos de una Liga de Fútbol Profesional y fue penalizado por quitarse la camiseta y mostar sus 3.000 abdominales diarias al mundo. No obstante, volvía a sonreír. Pero su rebelde -sin causa- había salido a la superficie y no quería esconder la cabeza. El problema de mostrar los sentimientos haciendo gala de un exceso de naturalidad, el error de no saber frenar la abundancia de pulsaciones a tiempo y borrar de una patada a la razón es que al final se vuelve en contra de uno. Así le ocurrió. Un golpe en forma de pique por parte del adversario y una patada con una nueva tarjeta como premio para el niño portugués y, expulsión.
Cristiano fue el peor enemigo de Cristiano. Sabe desenvolverse como pez en el agua ante los focos. Conocedor de las pasiones que despierta y del interés de su figura, se recrea en ello, dando la razón a los que le llaman soberbio. Un provocador nato. Un jugador de una calidad sublime. Un niño cargado con 20 años de presión a la espalda. Un crack que ya tiene un Balón de Oro con solo 24 años. Un joven enfundado en un traje de Armanai que no logra ocultar su inocencia...
Cuando finalmente Cristiano supere a ese Cristiano. No al niño, sino al Mr. Hyde, al rebelde -sin causa- y logré alcanzar la madurez y el equilibrio, conseguirá al fin ser el más grande, tanto dentro como fuera del campo. Es más, podrá seguir siendo un Niño Grande, la clave está en saber cuándo corresponde ser niño y cuándo toca comportarse como un grande.
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