El Entrefútbol, en dónde la practica no lleva a la perfección

martes, 22 de diciembre de 2009

Una ilusión de unos más que locos


Hay millones de personas que viven locos por un deporte: el fútbol. Locos por situarse delante de un televisor cada fin de semana. Locos por asistir, para quien se lo puede permitir, a grandes estadios donde ver a los mejores jugadores del planeta sobre un tapete verde que a veces parece una simple jugada de póker entre amigos. Sin embargo, yo me siento más que loco por seguir a un equipo desconocido para algo más de una generación por su falta de asistencia en las máximas categorías nacionales, pero al que llevo en el corazón desde que un domingo de los años 90 asistí al vetusto Los Cármenes de la antigua carretera de Jaén.

Contaba con seis añitos. Mi experiencia en el fútbol, como aficionado, se resumía en seguir al Real Madrid y al FC Barcelona por la pequeña pantalla, con el temor de mi padre de que me hiciera blaugrana por los éxitos del ‘Dream Team’ de Johan Cruyff. Mi tío, socio del Granada CF desde la década de los 70, aquellos en los el que el Athletic de Bilbao o Real Madrid doblaban la rodilla ante la dureza y los goles rojiblancos, me prometió que si me terminaba la comida me llevaría con él al fútbol.

Mi ilusión era tremenda. Mi primer recuerdo es el de subir las escaleras del fondo norte del viejo Los Cármenes, sentarme en los fríos escalones, a falta de sillas como las actuales en las gradas, y el de cambiar de fondo del estadio en el descanso para seguir los ataques del equipo local, del que lo único que sabía entonces era que vestía de rojiblanco. De aquel día poco más recuerdo, pero ese fue el punto de partida de un sentimiento y una carrera que parece de imposible ruptura, a pesar de los innumerables factores que he encontrado en el camino para romperlo.

Y es que el rojiblanco me ha ofrecido mucho. Digamos que la única alegría plena se produjo el 25 de junio de 2005, cuando, ante un nuevo Los Cármenes abarrotado con más de 16.000 espectadores, un gol en la prórroga frente al Guadalajara en la última ronda del play-off de ascenso a Segunda División B me hizo acabar bañado en la Fuente de Las Batallas del centro de la capital junto al resto de los aficionados y los jugadores de entonces.

Antes de aquello, viví el mal sabor de ver truncado en el año 2000 un ascenso a Segunda División en el último partido de los play-off, cuando a aquel Granada de Notario o Capi solo le hacía falta un empate frente al Real Murcia para volver a Liga de Fútbol Profesional. El partido se perdió, la ciudad vivió un duro golpe y el equipo cayó en una grave crisis económica que le llevó a un descenso a Tercera División por impagos dos temporadas más tarde.

Desde aquella asistencia con 6 años al estadio pocas han sido las veces que he faltado a la cita del Granada cada dos semanas. Es más, mis cuatro años de estudio en Málaga tampoco me privaron de pasarme por Los Cármenes con la maleta, ver el encuentro y salir hacia la estación de autobús para no faltar tampoco a clase el lunes por la mañana.

Sí es verdad que mi llegada al periódico los domingos me hizo que tuviera que faltar a los encuentros, pero me permitió vivir todo desde dentro durante la semana. Entrenamientos, contacto humano y apoyo para intentar sacar adelante algo que parece que hoy sí que revive para ojalá no perderse nunca.

Este verano Granada ha vivido lo que jamás había soñado. En junio llegó a la capital un grupo inversor liderado por el dueño del Udinese Calcio, Gino Pozzo, junto a los representantes de jugadores Quique Pina y Juan Carlos Cordero. Un proyecto serio que ha devuelto la ilusión a una ciudad con muchas ganas de fútbol, una afición que ha vuelto a apoyar a su equipo y que tiñe las gradas de Los Cármenes cada dos semanas con más de 12.000 espectadores, una cifra que dobla a más de la mitad de los estadios de superior categoría.

Las uvas este año van a sentar muy bien. El equipo es líder del grupo IV de Segunda B, es el máximo favorito a lograr el ascenso y la afición vibra con un sueño que espera cumplir allá por finales de mayo o junio. Un nuevo baño en una céntrica plaza que por aquellas fechas nos sentará bien para enfriar un sentimiento que jamás se perderá.

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