El Entrefútbol, en dónde la practica no lleva a la perfección

domingo, 13 de diciembre de 2009

Cualquier tiempo pasado fue mejor


Los primeros recuerdos de grandes finales (esas que calificamos como míticas y nos encanta recordar en las tertulias futboleras) de la que os escribe, se remontan a la consecución de la Séptima del Real Madrid y, por supuesto, a la Recopa de Europa que ganaron los leones blanquillos.

Aquella tarde de mayo de 1995, Zaragoza respiraba fútbol en sus calles. Todos los maños, fuesen aficionados o no al fútbol, arroparon a los Héroes de París. Por aquel entonces yo salía de clase a las 17.30 y cuando las puertas del colegio se abrieron corrí por el patio hasta donde estaba mi madre, madridista de pro, que llevaba la bufanda del Real Zaragoza. Yo no lo entendía muy bien porque siempre que jugaba el Zaragoza frente al Madrid mis padres no paraban de discutir. Ahora sé que era la magia del fútbol. Los profesores nos habían pintado la cara mital azul, mitad blanca. Éramos una marea blanquiazul. Una imagen única. Aquel día no nos pusieron deberes y hasta que empezó el partido mi casa era un ir y venir de nervios: Mis primos y yo hacíamos porras y jugábamos a ser Cedrún, Belsué, Cáceres, Aguado, Solana, Nayim, Poyet, Aragón, Higuera, Esnáider o Pardeza. Llegó la hora. Nunca antes había visto a mi padre tan nervioso por un partido de fútbol.

Eran las once menos cuarto de la noche cuando Nayim tomó un balón suelto y se lo cambió de pie. Lanzó una vaselina interminable desde la banda, a casi 50 metros de la portería. La pelota hizo una parábola perfecta que se coló en la portería de Seaman. Era el último minuto de la prórroga, el último minuto del partido, la última esperanza. Aquel balón de Nayim le dio al Zaragoza la primera Recopa de su historia en el Parque de los Príncipes de París ante el poderoso Arsenal. Siempre hemos dicho que la Virgen, como es pequeñica, se coló en la línea de gol y le dio un empujoncillo al balón para apuntalar el gol. Las lágrimas de mi padre se quedaron grabadas en mi retina. ¿Por qué llora si hemos ganado? La magia del fútbol aún no me había poseído... Zaragoza se echó a las calles al grito de campeones. La fuente de la Plaza de España fue nuestro punto de unión. "Este año, París es maño", "Esta copica, es para la Pilarica"... Inolvidable esa afición que no paraba de reir y de cantar, ese presidente botando junto a sus jugadores en el césped de París...

La siguiente temporada me hice socia del Real Zaragoza. Con el equipo de mi tierrica he disfrutado y he sufrido. He estado en las grandes gestas pero también he acompañado al escudo del león rampante a Segunda y de nuevo a Primera. Nunca olvidaré aquel 6-1 al Real Madrid en la Copa del Rey. Yo, con mi camiseta blanca y radiante y el 7 de Raúl en la espalda abandoné mi asiento en la tribuna de la Romareda cuando los leones blanquillos nos marcaron el 3-0. Ese año eliminamos al Barça y al Atlético y perdimos la final frente al Español en el Bernábeu. Paradojas del fútbol. También viví con la camiseta del Real Madrid como el Zaragoza ganaba la final del mismo trofeo en el antiguo estadio del Español... Recuerdo las noches europeas de UEFA, el frío invernal que se colaba hasta los huesos cuando en La Romareda soplaba el Cierzo, los partidos toscos, otros en los que los jugadores se gustaban y jugaban al fútbol como las estrellas, he sido testigo del debut con el primer equipo de dos de mis amigos...

Cualquier tiempo pasado en el Real Zaragoza fue mejor. Ahora los maños sentimos que la directiva se ríe de nosotros. Esa pareja sin igual que vio al Real Zaragoza como un filón de oro para sus proyectos urbanísticos ha sobrepasado un límite. Agapito Iglesias y Eduardo Bandrés. ¿Qué intentábais? ¿Imitar a Florentino y a sus torres de la antigua Ciudad Deportiva? Empresarios como el señor Pérez sólo hay uno. Él. Sin embargo, Iglesias y Bandrés compraron el Real Zaragoza con el único objetivo de hacer negocio con el estadio, propiedad del Ayuntamiento. Querían venderlo y quedarse con el enorme solar para construir viviendas. Edificios de unas cincuenta alturas enclavados en la principal arteria de Zaragoza. Si no sabéis jugar, no lo intentéis. No se puede jugar con los 30.000 aficionados que llenan las gradas cada jornada y con los que ven a su equipo desde el sofá o en el bar con sus amigos. La crisis por la que atraviesa nuestro país ha ralentizado el negocio que estos dos personajes vieron en este club pero la afición no es tonta.

Las consecuencias son claras. El Real Zaragoza (con un escudo nuevo y renovado que no gusta a la afición pero sí a los dueños del club, estupendo...) es un barco que navega sin rumbo alguno por las aguas de la Primera división de nuestro fútbol. Hablamos de un equipo humilde que ha sido europeo, que ha plantado cara al Real Madrid, al Barça, al Sevilla o al Valencia y que hizo vibrar a una ciudad entera hace catorce años. El Real Zaragoza es uno de los históricos de nuestro fútbol y gracias a gente como los señores Iglesias y Bandrés, se está devaluando y destruyendo.

Las palmadas al viento de nuestro himno ya no gritan 'ganaréis'. La Romareda ya no vibra y el cachirulo ya no se alza. La raza, la nobleza y el valor que formaban parte de nuestra bandera y de nuestro orgullo aragonés se desvanecen. Y, desde luego, los mañicos ya no auparán a los balnquillos del león. Nos han robado la ilusión y se han reído de nosotros.

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