Una parada cardiorrespiratoria, consecuencia de una insuficiencia coronaria aguda, acabó en la tarde de ayer con Juan Antonio Samaranch Torrello, un hombre que contribuyó de manera decisiva a la modernización del deporte. Siempre será recordado con cariño por su ingente tarea en defensa de los valores del olimpismo. Alumno aventajado de Pierre de Coubertin, Samaranch fue uno de los principales responsables del crecimiento experimentado por los Juegos Olímpicos. Un personaje universal, carismático, hábil y astuto, hasta el punto de convertirse en la cabeza visible del deporte.
"Sé que estoy muy cerca del final de mis días. Tengo 89 años. Permitidme que os pida que toméis en consideración premiar a mi país con el honor y el deber de organizar los Juegos Olímpicos en Madrid". Y se hizo el silencio entre los miembros del COI. Esos hombres sin piedad se quedaron sin palabras cuando el gran patrón del olimpismo pronunció un discurso que ya es historia. Un recuerdo póstumo imborrable para un hombre que arrimó el hombro de forma admirable y totalmente desinteresada para ayudar a que Madrid fuera sede olímpica. No pudo ser. El mapa que mostró el presidente brasileño, Lula da Silva, impactó de tal forma que Río de Janeiro rompió las esperanzas españolas y, a su vez, engrandenció otro hito olímpico en el que Samaranch también jugó un papel fundamental. Él fue el encargado de proclamar que la ciudad de Barcelona iba a acoger los Juegos de 1992. Fue su mayor alegría. Fue el prólogo de un acontecimiento que cambió la historia contemporánea española y que sirvió para cerrar definitivamente la transición.
Es complicado destacar aspectos concretos del inmenso legado que deja Samaranch. El paso del tiempo se encargará de hacer justicia para valorar sus logros con la relevancia histórica que se merecen. Porque este visionario se ha ganado a pulso la inmortalidad. Nadie olvidará su contribución a la mejoría del deporte internacional. Nadie pasará página de su obra y milagros. Un asombroso legado para un ciudadano al que los primeros mandatarios del mundo siempre hacían siempre un hueco en su agenda para recibirle sin esperas ni disculpas. Y eso que el mismo Samaranch solía confesar que el mundo anglosajón no perdonaba ni admitía que un españolito fuera el jefe. Realmente raro con el poco peso específico internacional de un país que salía del franquismo para buscarse un hueco de respeto democrático en el mundo. Pero es el resultado perfecto de la compleja ecuación de la vida de Samaranch, que aúna una suma de méritos y casualidades que este gran nadador en todas las aguas ha resuelto de tal forma que la cultura deportiva del país no ha dejado de crecer hasta llegar al punto actual en el que se suceden los éxitos de nuestros deportistas.
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